jueves, diciembre 08, 2005

Cuentos para pasar el verano (2º PARTE)

La confabulación de los tenedores

No sé si usted lo habrá notado, pero —le advierto— hay entre nosotros una categoría de sujetos que, según he podido detectar, comparten costumbres y perversiones semejantes, enderezadas todas a una finalidad unívoca y, a la vez, profundamente alarmante. Algunos de ellos, los que cobijan una cierta veteranía, mantienen todavía hoy su tradicional indumentaria, y por lo tanto continúan luciendo (¿con orgullo?) gastados mangones blancos, y sospechosas viseras. Los más viven sin prisa, con austeridad, apretados entre libretas y biblioratos que nunca nadie podrá descifrar. Habitan limitadísimos y oscuros escritorios, sugestivamente emplazados en ciertos rincones y galerías subterráneas de buena parte de los mejores edificios de la zona norte de la ciudad. Si se los interroga, ellos dicen desempeñarse para pretéritas compañías latifundistas, y se jactan de continuar la tarea de sus ascendientes, que fueron invariablemente ungidos por familias patricias durante el siglo XIX. Está probado que se comunican entre sí mediante códigos secretos que, si bien no he logrado todavía develar por completo, aparecen intercalados con disimulo en almanaques y volantes feriales, en liquidaciones de esquila, o en la papelería que se intercambian a propósito de alguna operación de mediería o de consignación de cereales. Más aún, con la evidente connivencia de un viejo funcionario del Senasa (cuyos datos personales me reservo, por ahora) han logrado montar allí, más precisamente en la oficina “044”, una especie de clearing de sus estrategias y objetivos, algunos de los cuales, manuscritos en el interior de una aparentemente inocente caja de vacunas contra la aftosa, fueron a parar a mis manos, por razones fortuitas, en vísperas de Navidad, el año pasado. Había ido allí con el propósito de llevar, como todos los años, una botella de sidra y un pan dulce. Luego de golpear con insistencia la puerta de su oficina, y para mi sorpresa, advertí que el funcionario en cuestión (sí, el mismo que acabo de mencionar), pese al horario se había ausentado sin echar llave a su despacho, por lo que me permití entrar, sabiendo de antemano que el presente que le llevaba aventaría todo reproche de parte suya. Una vez en el interior, me apresuré a buscar un papel y una lapicera, para dejarle la consabida salutación. Fue entonces cuando descubrí, sobre el mostrador, una caja de vacunas del tamaño de una de zapatos, vacía, que sólo me llamó la atención por estar prolijamente dispuesta debajo de una lupa y encima de un cuaderno celeste. La tomé entre mis manos y, separando sus tapas, pude entonces leer en su interior y no sin dificultad estas anotaciones que, usted verá, prueban irrebatiblemente tanto la existencia de la logia de los tenedores de libros, como la de sus bajos designios:

Objetivo nº 146: distracción (por confusión) de los patrones; Método: información incoherente; Oportunidad: primera semana de sus vacaciones.

“Objetivo nº 147: disuasión del asesor legal de los patrones; Método: exageración de las complicaciones y minimización o disimulación de la importancia económica de los conflictos; Oportunidad: al finalizar la consulta profesional.

“Objetivo nº 148: promoción de conflictos familiares entre los patrones (y separación de los más talentosos, ver Objetivo nº 019); Método: informes erróneos sobre gastos particulares y retiros de fondos, comentarios recurrentes e informarles sobre sus asimetrías patrimoniales; Oportunidad: vísperas de adquisiciones de bienes importantes.


“Los números nos unen. Los números los separan”
“¡La patagonia es y será nuestra!”
Aníbal Fillipini (abogado que gracias a Dios no ejerce y se dedicó a la literatura), "Fabulaciones y confabulaciones", Ediciones del Dragón, Buenos Aires, diciembre de 2005

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